¿Qué es el estrés?
El estrés es una respuesta natural del cuerpo ante las demandas externas, nos prepara para la acción, y nos moviliza para poner en marcha los recursos necesarios y enfrentarnos a las peticiones que nos exige el ambiente en ese momento. Pero es importante que tengamos en cuenta que existen dos tipos de estrés, el que llamamos “estrés bueno” y el “estrés malo”.
Cuando hablamos de “estrés bueno” o “Eustrés” nos referimos a esa respuesta que se inicia cuando nos estamos enfrentando a situaciones que requieren cierta exigencia por nuestra parte. Si se resuelve con éxito, sentiremos una emoción placentera. La cantidad justa de estrés es estimulante y saludable, puede resultar excitante. Nos permite hacer las tareas más rápido y mejor, los músculos se fortalecen, mejora la función del corazón, aumenta la resistencia y se agudiza el pensamiento, además puede ayudar a combatir las infecciones.
Por otro lado, tenemos el distrés, al que llamamos coloquialmente estrés (el malo), el que nos debilita, el que nos paraliza y no nos permite hacer frente a las situaciones de peligro. Nos impide lograr nuestras metas personales y profesionales, es una de las razones principales por las cuales nos enfermamos, nuestro sistema inmunológico se debilita y nos impide el correcto funcionamiento del cuerpo.
¿Qué fases tiene el estrés?
Fase de alarma. Es cuando empiezan a aparecer los síntomas físicos del estrés, y el cuerpo se prepara para hacerle frente o huir de él. Aumenta la frecuencia cardíaca y el ritmo respiratorio, se dilatan las pupilas, se incrementa la sudoración, etc.
Fase de adaptación o resistencia. En esta etapa nuestro cuerpo se resiste a adaptarse a la situación que está viviendo, encontrándose en un estado de alerta.
Fase de agotamiento. Es la fase que aparece cuando el cuerpo ha sido sometido por un tiempo prolongado a un estado de estrés, se siente agotado e incapaz de combatirlo. Y es cuando pueden aparecer las consecuencias físicas y psicológicas, interfiriendo en el correcto desarrollo del día a día.
¿Cómo podemos saber si estamos sufriendo estrés?
Existen algunas señales que nos pueden ir avisando de que estamos viviendo bajo los efectos del estrés. Algunas de esas señales evidentes pueden ser:
Incapacidad de disfrute, no poder vivir plenamente y con alegría las situaciones o actividades que antes se disfrutaban.
Falta de concentración y atención no ser capaz de centrarse correctamente en las tareas, estar distraído y ausente.
Sensación de no sentirse en paz, no tener tranquilidad ni relajación.
Sentimiento de tristeza constante, apatía.
Ideas catastrofistas y negativas sobre el presente y el futuro.
Irritabilidad, inquietud, cansancio, falta de energía y estado de irascibilidad.
¿Qué favorece que suframos estrés?
Algunos rasgos de personalidad pueden favorecer y hacer más propensa a una persona para que sienta estrés.
Por ejemplo: ser perfeccionista en exceso, querer hacerlo todo bien y no cometer errores. Otra característica puede ser carecer de asertividad, no saber decir que no sin sentirse culpable. También la incapacidad para delegar y sobrecargarse de tareas. Procrastinar, dejando muchas tareas sin hacer o sin acabar, ya que muchas veces el estrés no viene dado por las tareas pendientes si no por no terminar las que se empiezan. El no saber planificar bien el tiempo para la realización de las actividades, es otro de los factores que favorecen la aparición del estrés.
Os queremos dar una buena noticia, ¡se puede controlar! ¡Se aprende!
¿Qué podemos hacer para hacerle frente?
Es posible llevar a cabo algunas pautas para que el distrés o estrés malo no sea el que dirija nuestra vida y podamos enfrentarlo de manera efectiva. Aunque se trata de un entrenamiento diario y con cierto grado de autoconocimiento, podemos llevar a cabo algunas rutinas como éstas para tenerlo bajo control:
Evitar las prisas, levantarse temprano, no con la hora justa.
Definir y ocuparse de las tareas urgentes del día.
Ponerse pautas para descansar y des-conect@r.
Programar el 80% del tiempo y dejar un 20% para imprevistos.
Aprender a decir no a peticiones no deseadas.
Reservar una hora al día para hacer ejercicio y/o relajación.
Es esencial ser conscientes de que en algún momento estamos siendo víctimas de esta situación. Solo si podemos identificarla, podremos poner en marcha los recursos necesarios para resolverla. Y en caso de no sentirnos capaces de hacerlo, sería necesario pedir ayuda a un profesional de la salud mental.
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